El ciclo de presentaciones de Territorio líquido. Relatos de la incertidumbre continuó en Fnac con una acogida emocionante.
Galería: Territorio líquido en Fnac. Relatos de la incertidumbre
Fotografías de Isabella Martina
Concha García, tras los agradecimientos, comentó que el libro le parecía un bocado muy apetecible y, para explicar lo emocionada que se sentía con esta publicación, dio un mordisco de un par de líneas a un relato de Gonzalo Herrera. Para terminar, habló sobre su afición por la lectura y la escritura.
Gonzalo Herrera, a sus 15 años, sorprendió a todos con su agudeza y madurez:
Comienzo con una cita de otra persona para desviar la atención de mí mismo. Maquiavelo dijo: “Todos ven lo que aparentamos, pero pocos lo que somos”. Ahora, mientras hablo, vais a ver lo que aparento. Pero, cuando os sentéis con el libro en un sofá calentito, con un café, o un chocolate aún más calentito, veréis algo más de mí. De forma relativa, claro, y cada uno de manera distinta. Porque para qué engañarnos, también hay una apariencia al escribir, un pudor a quedar “desnudo” frente a los lectores. Una ocultación que Rafa nos critica día a día y aun así soy reacio a evitarla. (Si os dais cuenta, sigo haciendo menciones de otras personas para escurrir la atención).
Yo no empecé a escribir por vocación, sino por obligación; cuando tenía doce, como un trabajo para el colegio. Lo primero que escribí se llamaba “La Fábrica” y era un relato de una carilla, malo como pocos, y no hace tanto de eso. Y me gustó escribir, me gustó mucho. Así que cuando no quedaban más deberes que hacer, empezaba a escribir sin un fin concreto. Y un día, creo que en octubre del 2013, entró mi madre en mi habitación y me dijo: “He encontrado un taller de escritura, ¿te hace?” Y, qué hostia, me hacía mucho. Así que fui un jueves a ver cómo eran las
clases, sin compromiso, y Rafa habló sobre los ideogramas y nos dijo que escribiésemos un relato sobre un cosmonauta. También recuerdo que Fernando, uno de los fantásticos participantes de este proyecto fantástico, leyó “Siete de corazones”, y ninguno de los dos imaginó que a día de hoy estaría en un libro en papel, a disposición de cualquiera que quiera leerlo.
Decidí quedarme en Paréntesis. Y creo que el nombre realmente es acertado. Ese taller es un paréntesis de dos horas todas las semanas, un paréntesis en que no pienso en el tiempo que gastaré en tal o cual videojuego, ni el que dedicaré a estudiar. Y ambas cosas tienen mucho mérito.
Manuel Ayudarte habló de su descubrimiento de la lectura a través de los cómics en primer lugar (un regalo de reyes consistente en una colección de Astérix que le cambiaron la vida) y a continuación de grandes clásicos como La Odisea. Para él, estudiante de Filología, este libro ha supuesto la posibilidad de acceder y materializar la literatura desde la creación y se mostró muy satisfecho de que algunos de sus cuentos fuesen seleccionados y estén siendo leídos por muchas personas.
María Jesús Ríder, que participa en el libro con algunos microrrelatos, explicó este género, su funcionamiento y las dificultades que algunos lectores tienen para apreciarlo.
Matilde Torres contó que Territorio liquido. Relatos de la incertidumbre ha visto la luz tras superar muchos escollos y agradeció el esfuerzo realizado al equipo de la Editorial Atónitos. Y explicó:
El primer reto fue la selección de los relatos. Antes de que la editorial eligiese los que consideró publicables, los compañeros nos apoyamos los unos a los otros enviándonos los textos para dar nuestra opinión, proponer otros títulos, repasar las tramas. Y todo ese intercambio mejoró cada uno de ellos.
Lo mejor del libro es la diversidad de historias. Son relatos que me parecen magníficos, pero esto es algo que deben juzgar los lectores y, al fin y al cabo, esta presentación forma parte de un ciclo y antes o después van a conocer esos detalles. Yo quiero hablarles de mi experiencia.
Cuando una tarde de octubre aparecí por el Taller de Escritura Creativa Paréntesis (obligada por circunstancias vitales adversas), yo no sabía qué tiempo iba a durar allí. Con anterioridad había escrito, mucho, y pensaba que iba a aprender poco. Pero qué equivocada estaba. ¡Llevo ya dos cursos y cada día aprendo algo nuevo!
Cuando empujo la gran puerta de la calle Sánchez Pastor, aparece ante mí una inmensa portería con aires decimonónicos, con altos techos y empinada escalera. Unas vidrieras azules y blancas, que me parecen amplios abanicos, me dan la bienvenida. Y en el aula comparto la tarde con mis compañeros. Alrededor de la amplia mesa hablamos, dudamos, aprendemos, reímos y hasta nos molestamos, a veces, cuando algo no ha salido como pretendíamos y recibimos críticas.
Somos personas de diferente edad, sexo, ideología y formación, pero nada de eso importa: somos una piña heterogénea dispuesta a aprender y a compartir. Allí todos aprendemos de todos. Y al decir compañeros incluyo a nuestro profesor, Rafa, que aparte de ser especialista en la materia que nos une y un gran docente, es uno más del grupo, un amigo.
Rafael Caumel cerró el acto invitando a los asistentes al fórum de Fnac a participar en el proyecto Atónitos viajero, y se mostró convencido de que esta iniciativa será muy imitada porque atiende al deseo de los autores de que sus textos lleguen a más personas.
El público recibió con entusiasmo la propuesta y se destinaron once ejemplares a recorrer mundo.
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